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Domingo de Pascua (B)
Juan 15,1-8
Juan 15,1-8
1. Oración Inicial: Señor, abre nuestro corazón, abre
nuestro ser a tu ser, ábrenos a la
Vida con el poder misterioso de tu Palabra. Haznos escuchar,
haznos comer y gustar este alimento del alma; ¡ve cómo nos es indispensable!
Envía, ahora, el buen fruto de tu Espíritu para que realice en nosotros lo que
leamos y meditemos sobre Ti. Amén.
2.
Lectura: ¿Qué dice el texto?
a) Introducción: El texto de hoy nos
ofrece una imagen sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es la «vid verdadera», llena de vida; los
discípulos son «sarmientos» que viven
de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador» que cuida personalmente la viña para que dé fruto
abundante. Lo único importante es que vayamos haciendo realidad su proyecto de
un mundo más humano, justo y feliz. Abramos
nuestros corazones a escuchar la
Palabra de Dios.
b) Leer el texto: Juan 15,1-8: Leemos este texto de Juan con mucha atención,
tratando de descubrir el mensaje de fe que el evangelista quiso transmitir a su
comunidad. Releerlo una segunda vez.
c) Un momento de silencio orante: Como
sarmiento, permanecemos ahora, unidos a la vid, que es nuestro Señor y nos
abandonamos a Él, nos dejamos envolver de la savia de su voz silenciosa y profunda,
que es como agua viva. Terminamos cantando:
“Tu Palabra me Da Vida”.
d) ¿Qué dice el texto?
1) ¿Quién es la vid y quién el labrador?
2) ¿Qué es necesario para que una rama pueda dar
fruto?
3) ¿Qué propósito tiene la poda en el proceso de
crecimiento de la parra?
4) ¿Qué deben demostrar los verdaderos
discípulos(as) de Jesús?
3. Meditación: ¿Qué
nos dice el texto hoy a nuestra vida? No es necesario responder a cada pregunta.
Seleccionar las más significativas para el grupo. Lo importante es conocer y profundizar el
pasaje, reflexionarlo y aplicarlo a nuestra vida.
a. ¿Qué significa para nosotros «estar
unidos a Jesús»? ¿Estamos unidos(as) a Dios?
b. ¿Qué frutos del Reino de Dios hemos producido? ¿Y en nuestra comunidad?
c. ¿Qué necesitaría ser podado en la comunidad para que dé más fruto?
d. Toda planta necesita ser abonada para se fortalezca y crezca: ¿Qué
abonos hacen falta en nuestra comunidad, en nuestro país?
e. ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida
hoy y qué podemos hacer en concreto para que se haga realidad en nuestra vida?.
4. Oración: ¿Qué le decimos a Dios después de meditar su Palabra? Ponemos en forma de oración
todo aquello que hemos reflexionado sobre el Evangelio y sobre nuestra vida. «El que permanece en mí y yo
en él, ése da mucho fruto».
5. Contemplar el rostro de Dios encontrado en el texto y
Comprometernos con la transformación de la realidad: Compromiso:
¿Qué gestos podemos ofrecer esta semana para vivir unidos(as) a Jesús? Llevamos una “palabra”. No significa
una palabra sola; puede ser un versículo o una frase del texto. Representa para
nosotros un mensaje significativo resumido en una o pocas palabras. Seguramente esta “palabra” o frase se hará
presente durante el día mientras participamos en nuestros quehaceres diarios.
6. Oración
final: Señor de la Vida , ayúdanos a permanecer
unidos a Ti…cuando anunciamos que otro mundo mejor es posible... cuando luchamos
por la vida... cuando nuestros esfuerzos se concentran en el Reino de Dios…
cuando vivimos unidos(as) a Jesús… cuando vivimos los valores del Evangelio...
cuando lo más importante es la vida son las personas... cuando luchamos para
cambiar la realidad que nos rodea... cuando vivimos unidos a Jesús. AMÉN. Padre Nuestro, que estás en el cielo…
Para
Las Personas Que Quieran Profundizar Más
1. Para colocar el pasaje en su contexto: Estos pocos versículos forman parte del gran discurso de Jesús a sus
discípulos en el momento íntimo de la última cena y comienza con el versículo 3
del cap. 13 prolongándose hasta todo el cap. 17. Se trata de una unidad muy
estrecha, profunda e indisoluble, que no tiene par en todos los Evangelios y
que recapitula en sí toda la revelación de Jesús en la vida divina y en el
misterio de la Trinidad ;
es el texto que dice lo que ningún otro texto de las Sagradas Escrituras es
capaz de decir en relación a la vida cristiana, su potencia, sus deberes, su
gozo y su dolor, su esperanza y su lucha en este mundo y en la Iglesia. Pocos
versículos, pero rebosantes de amor, de aquel amor hasta el final, que Jesús ha
decidido vivir con los suyos, con nosotros, hoy y siempre. En fuerza de este amor, como supremo
y definitivo gesto de ternura infinita, que recoge en sí todo otro gesto de
amor, el Señor deja a los suyos una presencia nueva, un modo nuevo de existir:
a través de la parábola de la vid y de sus sarmientos y a través, del verbo
permanecer. El no puede quedarse junto a nosotros porque vuelve al Padre, pero
permanece dentro de nosotros.
2. El verdadero discipulado (15,1-17): Este pasaje se ocupa de precisar cómo debe ser
el auténtico discípulo(a) de Jesús. Existen claros indicios para dividir esta
sección en dos partes. En la primera (Jn 15,1-8) se
entremezcla el material alegórico, la vid y los sarmientos, con el lenguaje
directo, que presenta a Jesús como el Yo
soy. La segunda (15,9-17) tiene como
denominador común el pensamiento del amor. En conjunto, ambas partes, son una
amonestación del Resucitado.
3. No Quedarnos Sin Savia: La imagen es de una
fuerza extraordinaria. Jesús es la «vid», los que creemos en él somos los «sarmientos». Toda la vitalidad de los
cristianos nace de él. Si la savia de Jesús resucitado corre por nuestra vida,
nos aporta alegría, luz, creatividad, coraje para vivir como vivía él. Si,
por el contrario, no fluye en nosotros, somos sarmientos secos. Éste es el
verdadero problema de una comunidad que celebra a Jesús resucitado como «vid» llena de vida, pero que está
formada, en buena parte, por sarmientos muertos. ¿Para qué seguir
distrayéndonos en tantas cosas, si la vida de Jesús no corre por nuestras
comunidades y nuestros corazones? Nuestra primera tarea hoy y siempre es «permanecer» en la vid, no vivir
desconectados de Jesús, no quedarnos sin savia, no secarnos más. ¿Cómo se hace
esto? El evangelio lo dice con claridad: hemos de esforzarnos
para que sus «palabras» permanezcan en nosotros. La vida cristiana no brota
espontáneamente entre nosotros. Es necesario leer y meditar las palabras de
Jesús. Sólo la familiaridad y afinidad con los evangelios nos hace ir
aprendiendo poco a poco a vivir como él. Este acercamiento frecuente a la
Palabra nos va poniendo en sintonía con Jesús, nos contagia su amor al mundo,
nos va apasionando con su proyecto, va infundiendo en nosotros su Espíritu.
Casi sin darnos cuenta, nos vamos haciendo cristianos(as). Esta meditación
personal de las palabras de Jesús nos cambia más que todas las explicaciones y
discursos. Las personas cambiamos desde dentro. Tal vez, éste sea uno de los
problemas más graves de nuestra religión: no cambiamos, porque sólo lo que pasa
por nuestro corazón cambia nuestra vida; y, con frecuencia, por nuestro corazón
no pasa la savia de Jesús. La vida de la Iglesia se trasformaría si los
creyentes, los matrimonios cristianos, los sacerdotes, las religiosas, los
obispos, tuviéramos como libro de cabecera los evangelios de Jesús. Los
cristianos(as) vivimos hoy preocupados y distraídos por muchas cuestiones. Pero
no hemos de olvidar lo esencial. Todos somos
«sarmientos». Sólo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en estos
momentos es «permanecer en él»:
aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestras comunidades el
contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto del Reino.
4. Jesús nos desafía: Jesús, valiéndose de la alegoría de la viña, invita a los suyos a
permanecer unidos a él. Pero no es una unidad cerrada, autocomplaciente y
dependiente. Es la unidad de la comunión fraterna que es capaz de enfrentar
todas las dificultades que amenazan a la comunidad de discípulos(as) se busca
el acomodo y la vida fácil. O, sencillamente, se busca afianzarse en la
tradición que da seguridad. Así les pasaba a los primeros cristianos de origen
judío. Así nos pasa hoy. Para no arriesgar nada preferimos anclarnos en lo
seguro del pasado para no abrirnos al riesgo de lo nuevo. Pero Jesús nos desafía,
nos desinstala, nos lanza a la aventura del presente y a la inseguridad del
futuro. Solo la unidad fraterna en torno a Jesús es la única garantía de una
vida auténtica. No hay más seguridades ni jurídicas, ni políticas, ni
doctrinales. El signo que hará creíble el mensaje de Jesús es la unidad
de los creyentes que se expresa en la fraternidad y solidaridad con quienes no
tienen acceso a los bienes para optimizar su calidad de vida. En un mundo
dividido por las guerras genocidas, las injusticias escalofriantes, la
sistemática violación de los derechos humanos, fruto del egoísmo y la ambición
humana, la comunión fraterna, solidaria y misericordiosa será una luz que
mantenga viva la esperanza de la humanidad.
TOMADO DESDE.
http://lecturaorante.blogspot.com/
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