Nos parece perfectamente normal:
dar a otros el teléfono del médico que nos ha curado,
aconsejar ver la telenovela con la que disfrutamos,
ir al restaurante con buena relación de calidad-precio y de buena comida,
comunicar a otros una “ganga” de rebajas,
proponer que voten a determinado partido, porque resolverá mejor determinado asunto o problemas del país o de la comunidad,
invitar a otros a defender con convicción la camiseta de nuestro equipo,
recomendar a quienes no conocen nuestra Patria, que la visiten y disfruten de sus maravillas naturales o históricas.
Caben mil ejemplos similares. Y es que todos comunicamos lo que llevamos dentro, aquello de lo que estamos convencidos, que nos entusiasma, que nos satisface, que nos alegra, que consideramos bueno, o que nos conviene. Y aceptamos con absoluta normalidad la publicidad que procura convencer de acerca de la necesidad de consumir, o el “proselitismo”, que invita a seguir ideas, luchas, campañas de diversa índole.
Pero resulta que, a menudo, lo que no comunicamos, lo que no estamos dispuestos a defender, aquello por lo que no movemos un dedo para atraer a otros, es nuestra propia fe, que es la base de nuestra vida, el fundamento de nuestra felicidad. Y esto que, al menos en teoría, la consideramos mucho más importante que todo lo demás.
Todos los cristianos tenemos vocación apostólica, que no es exclusiva de sacerdotes y religiosos. Sin embargo, constatamos que a muchos católicos nos falta a menudo vibración, como si no estuviéramos convencidos de que si anunciamos a Cristo, mucha gente lo va a conocer y, como en nosotros, la persona del Señor será fundamental en su vida. A veces nuestra manera de vivir la fe es tibia, vivimos poco convencidos de ella, no queremos el compromiso con la Iglesia, nos conformamos con ir de vez en cuando a la misa, a rezar unas cuantas oraciones, y nada más.
¿Católicos acomplejados?
En ciertos católicos hay una renuncia explícita a atraer a los demás hacia la Iglesia, argumentando que hay que respetar la religión de los demás; que si hubiéramos nacido en tal o cual país, tendríamos tal otra religión; que si uno es buena persona con eso ya es suficiente; que nadie tiene la verdad absoluta; que no hay que ser intransigentes sino abiertos; y tantas cosas más. En el fondo, estos argumentos salen de personas que no se sienten con la suficiente preparación para conversar de su fe con los demás y hacerles saber que tienen motivos para creer, para esperar, para amar, como miembros de la Iglesia.
Viven una fe poco audaz, ni transformadora, ni comprometida. Los católicos que no son “apostólicos”, en el amplio sentido de la palabra, demuestran que no vibran por su fe, que no les importa o no se sienten identificados con el trabajo evangelizador de la Iglesia. A veces, se dejan llevar por el miedo, la indecisión, la apatía… Se parecen al joven Jeremías, que se puso ante Dios “con peros”, como se dice, alegando que no sabía hablar y que era un muchacho… ¿Lo ha leído, lo recuerda?: Jer 1,4-8.
Viven una fe poco audaz, ni transformadora, ni comprometida. Los católicos que no son “apostólicos”, en el amplio sentido de la palabra, demuestran que no vibran por su fe, que no les importa o no se sienten identificados con el trabajo evangelizador de la Iglesia. A veces, se dejan llevar por el miedo, la indecisión, la apatía… Se parecen al joven Jeremías, que se puso ante Dios “con peros”, como se dice, alegando que no sabía hablar y que era un muchacho… ¿Lo ha leído, lo recuerda?: Jer 1,4-8.
De hecho, Jeremías era de un carácter tímido y apocado, sentimental y poco decidido. Pero cuando el Señor lo llamó y lo envió como profeta, cambió radicalmente, convirtiéndose en un mensajero valiente, decidido y convencido de su tarea, importándole poco las incomprensiones y persecuciones que hubo de enfrentar (Jer 1,18-19).
Entendemos, entonces, que estas personas necesitan ayuda para tomar conciencia de su pertenencia a la Iglesia, mediante una adecuada formación que les permita tener una base segura para abrirse a los demás, sin miedos y sin complejos de ninguna especie. Hace falta una buena catequesis de adultos, que los fortalezca en su fe. Entonces se sentirán seguros en su Iglesia, capaces de dialogar con todos y, al mismo tiempo, de resistir frente a cualquier intento de manipulación, incluso de quienes pretendan inducirlos a dejar la Iglesia.
Para lograr esto, se hace urgente un conocimiento al menos básico de la Biblia, que ayude a fundamentar la fe y a expresarla en la celebración y con acciones coherenetes. No basta que la liturgia y la catequesis estén impregnadas de Biblia. La Biblia tiene que volverse en el libro de cabecera para cada fiel católico.
De no ser así, ¿qué puede suceder? Que después de años de oración, catequesis y vida litúrgica, el joven o adulto católico se sienta acomplejado frente a otro que hace apenas unos meses se acercó a Dios, participando en una comunidad no católica. Este último, quizá sabe “manejar” la Biblia y conoce ciertos pasajes que parecen contradecir la fe del católico, con lo que hace que éste se sienta inferior.
De no ser así, ¿qué puede suceder? Que después de años de oración, catequesis y vida litúrgica, el joven o adulto católico se sienta acomplejado frente a otro que hace apenas unos meses se acercó a Dios, participando en una comunidad no católica. Este último, quizá sabe “manejar” la Biblia y conoce ciertos pasajes que parecen contradecir la fe del católico, con lo que hace que éste se sienta inferior.
¿Qué podría haber pasado? Que una catequesis incipiente, pobre de contenidos y sin continuidad, no lo ayudó a conocer y profundizar la fe, por lo que, atemorizado, huye frente de los planteamientos de otras personas o grupos, que lo dejan “tambaleando” en las convicciones que había formado en su niñez y juventud. Necesita entonces un conocimiento bíblico básico, kerigmático, que mire más a la vida que a la mente. Y si, desgraciadamente no lo encuentra a tiempo, se aleja de la Iglesia o se vuelve frío, indiferente o apático. Le da lo mismo ser católico que no serlo...
San Pablo nos habla de la Iglesia como del Cuerpo Místico de Cristo (1Cor 12). Y como en cada cuerpo, también en la Iglesia hay distintos miembros con capacidades y funciones diferentes para el bien de todo el organismo. Nos podríamos preguntar: ¿acaso el Señor no suscitará en cada comunidad alguien que se preocupe de curar y fortalecer en la fe a los hermanos más débiles? Todo es cuestión de confiar en los planes de Dios y en la misión de la Iglesia.
San Pablo nos habla de la Iglesia como del Cuerpo Místico de Cristo (1Cor 12). Y como en cada cuerpo, también en la Iglesia hay distintos miembros con capacidades y funciones diferentes para el bien de todo el organismo. Nos podríamos preguntar: ¿acaso el Señor no suscitará en cada comunidad alguien que se preocupe de curar y fortalecer en la fe a los hermanos más débiles? Todo es cuestión de confiar en los planes de Dios y en la misión de la Iglesia.
Para ello, es también necesario que las parroquias revisen los planes de evangelización, su catequesis litúrgica, la que prepara adecuadamente a los sacramentos, y aquella que da seguimiento, que se encarna en la realidad y que responde a las profundas inquietudes de las personas.
La tarea evangelizadora no es tarea exclusiva de los obispos y presbíteros. Los laicos están llamados a realizarla como parte de su vocación cristiana, de su compromiso bautismal. Y es tan grande, que no se puede llevar a cabo sin la intervención directa y constante éstos.
¿Cristiano o cristiana de apariencia, acomplejado o convencido y comprometido en la tarea evangelizadora? ¿Qué desea usted ser? ¿Qué necesita para lograrlo?
Opine, intercambie, solicite ayuda.
Pbro. Mario Montes Moraga
Biblista Centro Nacional de Catequesis
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